domingo, 7 de septiembre de 2008

ari y la montaña


La bruma espesa recorre la falda de la montaña, un gallo sorprendentemente preciso canta la salida del sol, las gallinas cacarean tímidamente presintiendo sus interioridades blancas, un perro escapado de la jauría de caza, aúlla desde algún lugar de la espesura.

Casi sin darse cuenta, Ari va respirando la mañana, todavía con los ojos cerrados percibe el aroma de la hierba húmeda, como queda después de la lluvia de la madrugadas que sin avisar se han vuelto costumbre. Su perro empieza a ladrar a los cazadores, que silenciosa pero implacablemente se adentran mañaneros en la montaña.

Decide levantarse, no sin antes sentirse el cuerpo todavía tibio de la noche placentera de sueño. Piensa en la mezcla de frutas que va a prepararse, no ha conseguido muchas, tal vez algo de zanahoria, manzana y apio, endulzado con un poco de esa miel que Jacinta, su vecina de esta aldea semidesierta, le ha sabido regalar.

El espacio es suyo, la ropa no le hace falta dentro, así que desde hace unos días pasa de ella hasta después del baño. Camina por su casa, un poco oscura, un poco fresca, sintiendo la mañana en sus pies, en su espalda, en su senos; tararea mentalmente una canción, pero no la sabe bien así que se la inventa.

La miel tiene algo que no sabe reconocer, el sabor de una hierba nacida en las humedades de un bosque que el clima de su mediterráneo natal no sabe producir. Con tres troncos de encina gruesos enciende la estufa de hierro que no usa para calentar la casa, eso no hace falta en septiembre, no hace tanto frío, sino para secarse el pelo después del baño, le gusta esa sensación rudimentaria, la hace pensar en un tiempo que no vivió. El agua fresca de la ducha la ha terminado de despertar, se seca los pies y un poco las piernas, pero deja el resto de su cuerpo húmedo esperando el calor del hierro.

Cuando vuelve a la cocina su perro vuelve a ladrar, pero ahora es porque la ha intuido, Ari disfruta con el conocimiento que su perro tiene de ella, sin siquiera verle, sin escucharla, tal vez es su olor, tal vez algo que no sabe poner en palabras; deja que ladre unas veces más, luego seca pero cariñosamente grita: - ¡Ayax!-; Ayax calla, pqero el gallo y las gallinas siguen en su ritual matutino.

El calor que emana de la estufa ya se nota en toda la cocina, se coloca de espaldas y tira su cabeza hacia atrás dejando que su pelo rubio cuelgue lo más cerca posible del hierro, puede oler la madera chamuscándose dentro de la cámara del amasijo de herrajes, el olor se escapa por las pocas hendiduras que hay, pasan un par de minutos y todavía no está seco, acerca un poco más la cabeza, su pelos casi rozan con el hierro, su espalda está arqueada; muy arqueada para no estar apoyándose con los brazos, pero no tiene de donde, aguanta con el vientre, se lo toca cuando tiembla un poco y deja los brazos delante de su cuerpo para compensar el centro de gravedad, su pelo sigue sin secarse, está un poco cansada, entonces hace un movimiento un poco inconsciente, su brazo izquierdo pasa por detrás de su cuerpo y tímidamente lo apoya en uno de los herrajes de la estufa, el calor intenso la hace saltar pero ha sido tan rápido que no ha alcanzado a pasar nada, en la caída del salto su antebrazo derecho se apoya contra toda la superficie de la plancha caliente, el impacto la hace gritar, por ser en caída tarda en reaccionar un poco más de un segundo y al levantarlo toda la piel que ha apoyado está despegada de su cuerpo, está adherida a la misma plancha de la estufa, huele a chamuscado, pero ya no es la madera, es su piel, es carne humana, todavía no le duele más de lo que le impresiona ver la piel ahí, quemándose, unos segundos después corre a la ducha, a mojarse el brazo con el agua más fría que pueda sacar de las tuberías, lo deja allí unos minutos…no puede sino reírse, no le duele mucho pero sabe que le dolerá.
Mañana tiene que empezar a trabajar en el aserradero y el hospital más próximo esta a 30 kilómetros, entonces piensa en que comerá.

Naan.

1 comentario:

el kinomou dijo...

No he podido leerlo entero; me lo reservo para otro momento en que me sienta más fuerte.
Fueron pocos días, pero pensar que está lejos me hace echarle de menos.