jueves, 13 de septiembre de 2007

Diez notas sobre el lugar


Reproduzco un fragmento del artículo “Diez notas sobre el lugar” de John Berger, aparecido en el complemento dominical de “El País” en julio de 2005. Los viajes, los lugares a los que vamos y los lugares en los que nos quedamos están construidos por imaginarios, que nos llevan a ficciones particulares o a particulares vivencias. En aras de mantener un equilibrio, mi propio equilibrio, me veo en la obligación moral de colgar este fragmento.

Dos. Las personas corrientes siguen las señales que indican como ir hacia un lugar que no es su casa, sino el destino que han elegido. Señales de carretera, señales de aeropuertos, señales de estaciones. Algunos viajan por placer, otros por trabajo, muchos por dolor o por desesperación. Al llegar, se dan cuenta que no están en el sitio que indicaban las señales. El sitio ene. Que están tiene la latitud, la longitud, la hora local, la moneda que esperaban, pero no posee la gravedad específica del destino que buscaban.
Están al lado del lugar al que querían ir. La distancia que les separa es incalculable. Han perdido su territorio de experiencia. A veces, algunos viajeros emprenden una aventura privada y encuentran el lugar escogido, que es con frecuencia más duro de lo que se esperaban, aunque sienten un alivio infinito al descubierto. Muchos no lo consiguen jamás. Aceptan las señales del camino y es como si no viajaran, como si se quedaran siempre donde están.
Tres. Los detalles de la imagen que figura en esta página los capturó Anabel Guerrero (http://www.anabellguerrero.com/refugiados/index_2005.htm ) en el centro de acogida de refugiados y emigrantes de la Cruz Roja en Sangatte, cerca de Calais y el túnel del Canal de la Mancha. El centro cerró hace poco por orden de los gobiernos británico y francés. Lo utilizaban centenares de personas, muchos con la esperanza de llegar a Gran Bretaña. El hombre de las fotografías –Guerrero prefiere no revelar su nombre- viene de Zaire. Millones de personas dejan, un mes tras otro, sus países. Se van porque allí no hay nada, sólo todo lo suyo, que no es suficiente para dar de comer a sus hijos. En otro tiempo si bastaba. Ésta es la pobreza del nuevo capitalismo. Después de una travesías largas y terribles, después de experimentar la bajeza de la que son capaces, después de haber aprendido a confiaren su valor incomparable y obstinado, los emigrantes se ven obligados a esperar en un centro de tránsito extranjero; y entonces, ya, lo único que les queda de su continente son ellos mismos, sus manos, sus ojos, sus cuerpos, la ropa que llevan y lo que utilicen para cubrirse cuando duermen, a falta de techo. Gracias a la foto de Guerrero, podemos ser conscientes de que los dedos de un hombre son lo único que queda de una tierra labrada, sus palmas son lo que queda de un lecho de río y sus ojos son una reunión familiar a la que él no va a asistir. Es el retrato de un continente que emigra.
Cuatro. “Estoy bajando las escaleras de la estación de metro para tomar la linea B. Hay mucha gente. ¿Dónde estás? ¿De verdad? ¿Cómo está el tiempo? Me subo al tren, luego te llamo…” La mayoría de los millones de llamadas de móvil que se producen cada hora en las ciudades y los pueblos de todo el mundo empiezan con una pregunta sobre el paradero del que llama. Lo seres humanos necesitan inmediatamente saber donde están. Es como si la duda les acosara y les hiciera pensar que no están en ningún sitio. Están rodeados por tantas abstracciones que tienen que inventar y compartir sus propios puntos de referencia provisionales. Hace más de treinta años, Guy Debord escribió unas palabras proféticas: “…la acumulación de masa produjo mercancías para el espacio abstracto del mercado; del mismo modo que ha aplastado todas las barreras regionales y legales y todas las restricciones empresariales de la Edad Media que sostenían la calidad de la producción artesanal, también ha destruido la autonomía y la peculiaridad de los lugares”. La palabra clave del caos mundial es deslocalización, o relocalización, que no sólo hace referencia a la práctica de trasladar la producción al lugar en que la mano de obra es más barata y las leyes son mínimas, sino que contiene la fantasía enloquecida del nuevo poder sobre lo que está fuera, el sueño de menoscabar la categoría y la confianza de todos los lugares establecidos para que el mundo entero se convierta en un solo mercado continuo. El consumidor es fundamentalmente alguien que se siente o se ve empujado a sentirse perdido si no está consumiendo. Las marcas y los logotipos son los toponímicos de Ninguna Parte. También se utilizan otras señales que indican Libertad o Democracia, términos robados a periodos históricos anteriores, para crear confusión. Antiguamente, los defensores de la patria contra invasores utilizaban una técnica que consistía en cambiar las señales de carretera, así la señal que indicaba “Zaragoza” acababa mostrando la dirección opuesta, hacia “Burgos”. Hoy, no son los defensores, sino los invasores extranjeros, los que cambian las señales para confundir a los locales, confundirles sobre quien gobierna a quién, la naturaleza de la felicidad, la dimensión del duelo o dónde se encuentra la eternidad. Y el objetivo de las corporaciones es convencer a la gente de que ser clientes es la salvación definitiva. Pero los clientes se definen por el sitio en el que compran y pagan, no por dónde viven y mueren.

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